la maldición de lo perfecto

Me fascina ‘Funes el memorioso’, de Borges. Me fascina porque capta tan bien la originalidad esencial de lo que podríamos llamar un enfoque pragmático del pensamiento: esa duda de que lo más completo o lo más complejo sea necesariamente lo más adaptativo en términos de facultades mentales; esa duda que tan brillantemente expresó William James, uno de los padres del pragmatismo estadounidense. Por eso en algún momento del curso siempre hago leer ‘Funes el memorioso’ a mis alumnos de psicología social… y ellos se lo pierden  si no lo leen.

Pero me fascina también por algo más: porque hay en el fondo del relato de Borges esa amargura y esa pesadumbre respecto al exceso de lucidez. Y habrá quien se pregunte: ¿acaso se puede ser ‘demasiado’ lúcido? ¿No es la lucidez una de esas cosas de las que ‘cuanta más, mejor’? Borges claramente sintió alguna vez que sí, que una conciencia demasiado completa y demasiado ‘perfecta’ de la realidad podía ser una maldición (no sólo él lo piensa, por cierto). Y yo lo leo, y pienso que probablemente Borges hubiera querido ser menos lúcido y más feliz. Y de pronto se me hace más humano el escritor de la erudición perfecta.

Un eco de esta sensación que siempre me provoca su relato se adivina también en este análisis que Rodrigo Quian Quiroga acaba de publicar en Scientific American.

la ingenuidad de la psicología

Quizá la etiqueta del ‘psicólogo ingenuo’ no haya que aplicarla sólo a quienes no tienen una formación experta o técnica en psicología. Quizá se la vienen ganando desde hace ya un siglo una mayoría abrumadora de psicólogos profesionales.

Un comentario en la entrada anterior me recordó a Gustav Ichheiser, uno de tantos ‘judíos errantes’ que contribuyeron a configurar la psicología social como un cuerpo de conocimiento relevante para entender (y cuestionar) el mundo en que vivimos. Ichheiser es sobre todo recordado por la brillantez y la vehemencia con que argumentó, hace ya más de setenta años, que la tendencia a dar explicaciones personales de la conducta no era una inclinación ‘natural’ del sentido común, sino más bien pieza central de una ‘ideología del éxito y el fracaso’, de amplia difusión en USA y otros países occidentales, que fundamenta y legitima los sistemas meritocráticos.

Setenta años, y parece que fue ayer.

Aquí tenéis bastante bien explicada la contribución de Ichheiser, también con vehemencia. Y bastante claramente planteado el interrogante que inevitablemente sigue: ¿pueden contribuir a mejorar el mundo en que vivimos una ciencia y una profesión que no sólo refuerzan, sino que además legitiman, el sesgo disposicional de nuestro sentido común? ¿Es beneficiosa la psicología? ¿Es siquiera inocente?

No es una reflexión nueva: es al menos tan vieja como la etapa de la crisis de la psicología social. La desarrolló concienzudamente a propósito de la psicología cognitiva Edward Sampson en un artículo que debería ser de lectura obligatoria. La planteó también con sencillez y coherencia Jean-Philippe Leyens hace más de veinte años en el cuarto capítulo de este libro, y se han hecho eco de ella diversos profesionales de la psicología.

No es una reflexión nueva, ni tiene tampoco una respuesta simple, pero no debería concederse el título de graduado en Psicología a quien nunca se haya hecho esas preguntas.

atribuciones culpables

Somos psicólogos de andar por casa, decía Heider. No sólo porque tratamos continuamente de explicarnos la conducta ajena, sino también porque damos explicaciones fundamentalmente ‘psicológicas’, y no ‘sociológicas’, a lo que le pasa a la gente. Explicaciones centradas en la propia persona, y no en la situación o en la estructura social.

Si alguien piensa que ésta es sólo una bonita referencia teórica clásica, y que tanto darle vueltas a los mecanismos de razonamiento de sentido común que empleamos habitualmente es perder el tiempo, por favor que le eche un vistazo a este análisis de EL PAÍS de hoy.

¿De verdad no tiene ninguna trascendencia la forma en que nos explicamos las conductas y los acontecimientos? ¿De verdad nuestros mecanismos de razonamiento son inocentes? ¿Por qué esa tendencia arraigada a las explicaciones ‘internas’ o personales de lo que le pasa a la gente? ¿La adquirimos ‘espontáneamente’ o nos la inculcan y nos la refuerzan constantemente desde los medios de comunicación y los discursos que circulan a nuestro alrededor? ¿No es cierto que desde pequeñitos se nos ‘premia’, alabándonos como personas íntegras y honestas, cuando nos hacemos responsables de las desgracias que nos suceden y en cambio se nos ‘castiga’ calificando como ‘excusas’ las explicaciones externas para nuestros fracasos? Porque hay psicólogos sociales que han denunciado esta ‘norma de internalidad’ que rige en nuestras sociedades liberales y que nos conduce a culpabilizar y a despreciar precisamente a quienes peor lo pasan… Y, qué casualidad, cerramos aquí un círculo que nos devuelve a Jean-Léon Beauvois, de quien hablábamos la semana pasada, pero que aquí nos explica este proceso perverso de la norma de internalidad en perfecto castellano.

el juego de la muerte

¿Qué poder tiene sobre nosotros la televisión? ¿Obedeceríamos órdenes de un presentador de televisión de la misma forma que obedecemos las de otras figuras de autoridad? ¿Es una paranoia absurda pensar que un reality show podría lograr que sus concursantes mataran en directo?

Hace dos años, Jean Léon Beauvois, uno de los mejores psicólogos sociales europeos, diseñó un experimento que trasponía el paradigma clásico de Milgram sobre obediencia a la autoridad al contexto de un reality show televisivo: Zone Extreme.

(También podéis ver el documental completo que produjo France 2 doblado al castellano)

Y las preguntas posibles son muchas.

¿De verdad somos tan sumisos? ¿No éramos nosotros los que vivíamos en las sociedades de la decisión autónoma y la libertad individual? ¿Cómo puede ser que una figura tan desprestigiada (¡una presentadora de reality show, por el amor de Dios!) consiga que obedezcamos órdenes inmorales? ¿Habría hecho yo lo mismo que esos franceses bastante promedio? ¿No hay una diferencia considerable entre que la televisión nos influya y que la televisión nos dé órdenes? ¿Tanto nos han lavado el cerebro? ¿Tendrá razón Beauvois cuando dice que vivimos en un régimen de ‘totalitarismo tranquilo‘? ¿No es todo esto demasiado absurdo?

Preguntas metodológicas, también. ¿Tiene esto algún valor científico? ¿Cumple las condiciones de un experimento riguroso? ¿No distorsiona el comportamiento de los sujetos estar siendo filmados por cámaras de televisión? ¿Alguno de ellos se tomó esta situación en serio? ¿Verdaderamente se puede comparar el trabajo de Beauvois con el de Milgram?

Preguntas éticas, e incluso sociológicas, por fin. ¿Se debe hacer algo así, por más que sea en nombre de la ciencia? ¿Dónde quedó aquello del consentimiento informado para los experimentos psicológicos? ¿No deberían evitar los psicólogos sociales serios este tipo de propuestas sensacionalistas? ¿Por qué acceden a ellas? Este tipo de documentales, ¿son esfuerzos valiosos por democratizar el conocimiento académico y generar debate social, o son consecuencia de un proceso perverso por el cual la propia reflexión de la ciencia social se convierte en objeto de consumo televisivo? ¿No deberíamos nosotros mismos estar leyendo verdaderos artículos científicos en vez de documentales sobre ‘el juego de la muerte’?

Vuestra opinión sobre estos (u otros) asuntos será muy bienvenida 🙂

P.D. Por cierto, aquí las razones de Beauvois en un texto interesantísimo. Sólo por poder leer a Beauvois, que rara vez publica en otras lenguas, merecería la pena hacer el esfuerzo de aprender a leer en francés.

arrastrados a votar

La aparición de un mensaje como éste en su página de inicio de facebook ‘arrastró’ a votar a 340.000 personas en las elecciones al congreso estadounidense en Noviembre de  2010.

Puedes leer la historia aquí.

Por cierto… ¿no hay algo que os resulta extraño en las cifras que da el redactor de EL PAÍS?

Se admiten también todo género de reflexiones sobre temas tan profundos como (i) ¿de verdad somos tan borregos? (ii) ¿hubiera pasado lo mismo si en vez de decir ‘He votado’ el botón hubiera dicho ‘He votado a los demócratas’?  (iii) ¿cuáles son las temibles aplicaciones potenciales de estos  resultados?

Hagan juego, señores 😀

la psicología social y la vida real

Me he dado cuenta de que constantemente me encuentro (en la prensa, en el cine, en la calle) con cosas que quisiera discutir con mis alumnos de psicología social de los diversos cursos que llevo en esa materia. Pero las clases dan de sí lo que dan de sí, hay temarios que cubrir y trabajos que orientar, y no puedo invertir durante las clases el tiempo que esos debates requerirían. Por eso voy a probar con este blog. Ojalá os interese, y ojalá verdaderamente genere debate.

En vuestras manos lo dejo.

Escribiré fundamentalmente en castellano, porque es la lengua que más alumnos míos son capaces de leer con facilidad. Dependiendo de la cuestión y del grupo en quien esté pensando para un post concreto, puede que a veces escriba en inglés. Vosotros podéis comentar en cualquiera de ambas lenguas, o en catalán.